Saya siempre había tenido muy claro cual sería su destino. Desde que sus tíos la vendieron al burdel, y comenzaron sus estudios como Oiran, había sabido perfectamente cómo sería su vida, y ya empezaba a creer que jamás saldría del barrio de las luces rojas, cuando, en la noche de su consagración, un enmascarado y albino samurái compró su deuda.